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Carta de la autora

   A los 13 años me colé en un depósito de libros. Recuerdo estanterías largas como pasillos y tan altas que no habría manera de escalar por ellas sin el tambaleo de una escalera. Sentí que aquel era mi sitio, un lugar donde podría vivir para siempre. Desde ese momento, mis fantasías de futuro favoritas siempre serían esas en las que abría una librería. Han pasado ya más de dos décadas, pero recuerdo imaginar una librería-café. Un lugar con butacas de colores, madera y libros. Una extravagancia adolescente, un híbrido raro cuando aún no había nada parecido a mi alrededor ni yo había conocido nada semejante.

Cuando esas ideas surgían, siempre recordaba las viejas y polvorientas estanterías de aquel depósito. Soñaba con formar parte de ellas. Quería crear historias que personas de todas partes pudieran leer. Quería conectar con los demás a través de las páginas y ser capaz de conmover, de revolver, de hacer llorar. Quería que alguien cerrara la tapa de una de mis historias sonriendo. Quería provocar —aunque fuera a un par de ojos en el mundo, aunque sólo lo consiguiera con un único párrafo—, lo mismo que aquellos tomos me producían mí. Me hacían sentir viva.

 

   Durante años creí que tenía pájaros en la cabeza. ¿Ser escritora? Eso sí que era un cuento vacío. Algo muy lejano, un sueño imposible y exclusivo para eruditos como los que aparecían en mis libros de texto: todo hombres. Rellenaba libretas y archivos de word con historias que me llenaban de emociones, pero no tenía ambición ni confianza. Aún no conocía a Ursula K. Le Guin, a Margaret Atwood, a Virginia Woolf... o a Jane Austen, Joanne K. Rowling, Mary Shelley o Simone de Beauvoir, quienes más tarde me harían temblar y reír, creer en mí y soñar en voz alta. Sé que si no hubiera tardado tanto en conocerlas, todo hubiera sido distinto. O quizá no.

 

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   De lo que sí estoy segura es de que, a día de hoy, mi vida está llena de propósitos, pero los sueños siguen siendo los mismos que los de aquella niña de 13 años. Y en esta ocasión de poco les servirá correr, porque voy a volar tras los pájaros de mi cabeza.

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© Sara Bernardo y Gabriel Rancel, 2025.

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